Con tres heridas

Pareciera que en uno de esos opacos días estivales un poeta fatal asaltara con sus insidias, y ciñéndose a la piel cual salitre se adhiere a la arena, fueran tres las cadenas que de repente amordazaran el alma. “Llegó con tres heridas, la del amor, la de la muerte, la de la vida”.

Me recuerda nuevamente aquella voz que dice: “Tanto tienes, tanto vales”, pero mi valor nominal debe haber bajado a cero, pues cuanto tuve lo ofrecí a quien lo requiso, y quien lo requiso, podría volver a dictaminar sentencia para condenarme a otra eternidad de desdichas aún por escribir.

“Me encadenó con tres heridas, la de su amor, la de mi muerte, la de nuestra vida. Con tres cadenas sangran mis heridas, la de su vida, la de mi amor, la de nuestra muerte. Con tres cadenas yo, maldigo la vida tras la muerte de nuestro amor”.

Y aún cuando no entendiese a que me refiero con esas palabras, yo gritaría en silencio que me arrebató lo único que ya no puedo recuperar, ¿y qué no daría hoy por recobrar la esperanza? Tú, que pusiste los cimientos de mi vida entera; tú, que desterraste cuantos fantasmas invadieron nuestro castillo; tú, que me hiciste fuerte, líder y soberano de un coloso que hoy se empieza a derrumbar…

¿Por qué te la llevaste?, ¿Te hice mal alguno yo acaso? ¡Silencio!, ¿No lo oyes? Es el otoño llamando a nuestra puerta y pidiendo el tributo de quien no quiso pagar por sus actos. Ahora tú, que desconoces el sentido del purgatorio, comienzas a temblar…

¡Cuán alto tuviste que volar para quemar tus alas!, ¡cuán bajo te toca caer para sentir la sangre en la boca y el fuego en la piel! Cuán triste me quedo yo esperando a la soledad sabiendo que hoy se pierde el sueño de lo que jamás pudo ser…

La muerte de mi espíritu

Cambian las formas, los principios, los valores, las rutinas, los hábitos, las creencias y los gustos. Cambia el cielo, el mar, la tierra, el hombre, la naturaleza, el espacio. Cambias tú, cambio yo, cambiamos todos.

Y sin darnos cuenta llegó aquel día en el que el gris se impuso sobre nuestros sueños dorados, y la pasta amarga de lo que no durará para siempre se condensó sobre lo que quisimos que fuese una vez.  Presto derribó el otoño las hojas muertas de nuestro cálido verano,  presto fue el ominoso designio que apartó nuestros corazones, y presto se desvanecen mis esperanzas de que esta situación se pueda revertir.

Súbitamente, nos encontramos espalda contra espalda luchando por todos los deseos que aún podamos rescatar. Si existe algo más frío que este adiós, es el vacío que se queda en mis entrañas. Existen alternativas, ¡claro que las hay! Pero en honor a la verdad, sería mucho más realista reconocer que o podemos vivir juntos y condenarme a una vida desdichada o podemos separarnos ahora para buscar de forma independiente nuestra felicidad.

Desconozco cuál sería tu futuro, lo veo tan incierto como el mío. Pero al menos tengo la certeza de que con tu partida hay algo de mí que también se va detrás: tú me cambiaste, me hiciste ser quien soy ahora, y eso me hace feliz. Pero si aferrarme a un idilio desgastado por los años y la fuerza de dos titanes supone mantener los cimientos de una mentira, prefiero que sea ahora cuando caiga nuestro pequeño imperio.

Estos últimos momentos a tu lado han sido sin duda los más duros para mí, mirarte a la cara a cada momento sabiendo que esto se acaba… no es así como quisiera recordarte. E imaginando impertérrita la perfección de tus ojos mientras leen estas palabras, se me rompe el corazón.

Después de dos años siento que he expiado todos mis pecados, que he purgado mi alma de todo el mal que llevaba dentro. Siento que te entregué mi vida, que te intenté hacer feliz, que fracasé… Eres la persona que me trajo de bueno todo aquello que con los años había perdido, pero en tu maldito menester debiste enfrentarte al monstruo que llevaba dentro, y lo derrotaste derrotándome a mí también.

Al final todos mis demonios se convierten en uno solo cuando aterrizan sobre tu cuerpo, y por irracional que parezca, te conviertes al mismo tiempo en el último reducto de lo que quiero borrar.

Siempre podrías decir que lo hecho, hecho está y nunca podré olvidarlo. Pero te equivocas… hace mucho que empecé a olvidar lo que fui. Tanto es así, que si intentase con todos mis esfuerzos recuperarlo, me vería incapaz, porque lo reconozco como algo ajeno a mi cuerpo.

Me cambiaste, Javi. Pero en mi bloqueo emocional siento que ya no debo estar contigo. Espero que algún día puedas perdonarme y entiendas que hay cosas que el amor no puede salvar.

Ojalá lo entendieses, porque aun mientras escribo estas palabras soy capaz de afirmar que no hay nada que desease más en el mundo que morir a tu lado. Pero para eso, necesito vivir… y la vida a tu lado, es la muerte de mi espíritu.

Inquebrantable

Recordé entonces que pese a la certeza de lo que jamás podría ser, había una sentencia mucho más poderosa sobre nosotros que ahora se volvía inquebrantable: “Que lo que Dios ha unido, el hombre no pueda separar”. Y como un juramento envilecido que ahora pesa sobre nuestras cabezas, ni tú, ni yo, ni nadie somos dueños de nuestro destino ni capaces de determinar el rumbo que en nuestras vidas quisiéramos tomar.

Atados por la espalda, aunque con un muro en el  corazón, hace mucho que perdimos la fe de esa extraña religión que se hace pasar por Amor. Mas el juramento es irrevocable, y cuantos fueron nuestros deseos de poder estar juntos elevados al altísimo, ahora son la condena por reclamar lo que no nos correspondía.

Si de verdad me quieres, márchate. Si de verdad te quiero, lo mejor es no entender por qué permanezco aquí. Porque comprenderlo y no hacer nada al respecto es presumir que tan inmoral es mi forma de actuar como el más impío de todos mis pecados, que absuelto en la culpa de lo que jamás quise acometer, en menor medida confieso que lo hubiese reiterado.

Ahora conviertes mis abrazos en cadenas, mis besos en mordazas, y las caricias con las que te pretendo consolar, en tibias laceraciones que simulan el látigo de una injusta causa por la que hoy ya no quiero combatir. ¿Pero qué se yo de todo esto? ¡Si sólo Dios conoce qué determinación es la mejor! Y si fue su designio esta unión desdichada, que ningún hombre la pueda quebrantar.

La historia de nuestro primer noviembre

Jamás creí en el amor, o peor aún, sí creía pero me negaba a entenderlo. Por supuesto, como todo en la vida, a esta ocurrencia le tocó su final, y golpeado por el rayo que supuso su mirada en mi vida, comprendí que esta vez todo sería diferente, que por fin estaba ante alguien que podría entregarle cuanto conocía y que sería correspondido sin que el destino interpusiese entre nosotros ninguno de sus juegos de azar.

Y tan rápido posó sus labios sobre mi piel encendida, resonó desde su boca el frío acero de aquel flechazo al intentar huir. Vino presto, permaneció callado y se marchó sin cicatrizar; de repente mi corazón en llamas se congeló a causa de la brecha insalvable que se había abierto entre mi pecho y aquel invierno.

Casi tres años más tarde aún lo busco con la mirada en cada parada del autobús, en cada vagón del metro, en los rostros de cuantos desconocidos no ven al mirar. Casi tres años más tarde desespero buscando el rastro de un fantasma de palabras grises y sueños azulados… Y su nombre, el nombre que destila las sílabas que hoy he comenzado a utilizar.